La Cursa Cinc Cims afrontaba hoy su tercera edición con un
reto tremendamente complicado: consolidarse como una de las carreras preferidas por los corredores de Catalunya. Sus dos primeras ediciones habían sido tan exitosas que algún ranking la situaba como la 2ª mejor carrera catalana. Yo tuve ocasión de correr las dos y de hecho hice una
crónica recomendándola a cualquiera que quisiera vivir una bonita experiencia.
Me duele decir que, esta vez, la Cinc Cims me ha decepcionado. Os explicaré por qué.
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Justo antes de salir: sol, 10º... ¡el día perfecto para la Cinc Cims! |
Esta 3ª edición lo tenía todo a favor: para empezar, un
recorrido precioso, muy bien pensado, dotado con el atractivo de ser una
de los más duros en relación a su kilometraje (1.300 metros de desnivel positivo para 26 km). A continuación, una considerable masa de
voluntarios motivados e ilusionados, siempre sonrientes incluso cuando el frío arrecia. Y, por último, una fama creciente que se ha extendido como una mancha de aceite. Como decía, el reto era difícil: mejorar lo presente.
Sólo llegar a Corbera, los voluntarios han hecho acto de presencia con su eficacia habitual: en un santiamén hemos aparcado el coche en el lugar que nos han indicado. Un lujazo; buena señal.
Nos dirigimos a la zona de salida, recogemos en un minuto nuestro dorsal (pocas carreras consiguen esa rapidez) y nos dirigimos al
WC (limpios y sin colas, ¡magia pura!).
El ambiente, una vez más, envolvente y optimista: música,
un speaker hípermotivado (¿qué ha desayunado este hombre?) y sonrisas por doquier.
Bien -me he dicho-: esto es la Cinc Cims. ¡Disfrútala!
Sólo había una cosa que me inquietaba: si en las ediciones anteriores -limitadas a 300 y 500 participantes, creo recordar- hubo colapsos que impedían avanzar en algún punto,
¿por qué este año la organización proclamaba orgullosa que había 1.000 dorsales disponibles? Mmmm... Mal asunto.
Pistoletazo de salida: este año la organización ha decidido
alargar el trazado urbano por el pueblo, tratando así de estirar el grupo. Era necesario si quería evitar los molestos embotellamientos.
Lo de menos es si pierdes un minuto o seis; lo que realmente fastidia de estas colas -además del hecho mismo de tener que hacer turnos para correr- es que uno no sabe si esprintar en los primeros kilómetros para coger sitio... o empezar a caminar para no gastar energías innecesariamente, sabiendo que dentro de un par de kilómetros tendrás que pararte.
Pronto saldremos de dudas.
Tras unos minutos de bajada, empiezan las subidas y, oh sorpresa:
primeras colas. Estamos en el km 2.5. Empezamos bien. Pero es que este año llegan antes que el anterior, y peor aún: el parón es total.
No hablo de tener que caminar, sino de que nos detenemos en masa. Para pasar el rato, se me ocurre que es buena idea apartarme del camino para orinar. Cuando vuelvo el grupo no se ha movido, así que no hay problema. En el grupo se empieza hablar de que ha salido el
safety car (el humor que no falte, eso sí lo tienen las carreras de montaña).
Finalmente, tras algunos minutos, volvemos a ponernos en marcha. El kilómetro -de bajada- nos sale en algo más de 10 minutos. Pero bueno, hemos venido a pasarlo bien y no le damos más importancia.
Empiezan las rampas de verdad para subir a la primera cima: la Creu d'Aragall. Es un pico que conozco bien porque he hecho decenas de salidas por ahí, y en el último mes he subido tres veces, así que me siento optimista y con fuerzas.
Hasta que llega la segunda sorpresa:
nuevas colas en el km.7. Esta vez no son 5 minutos: son muchos más. Y el cabreo de los corredores es proporcional, por dos motivos: el primero es que hemos hecho el esfuerzo de correr en la subida... para nada. El segundo es que hace un frío del carajo, y el numeroso grupo de corredores nos sentimos como un rebaño de ovejas (por cierto, mira por dónde, encontramos algunas de ellas en medio del camino).
El grupo se lo vuelve a tomar a cachondeo: charlamos, hacemos chistes, nos hacemos fotos. Unos y otros aprovechan para contar sus batallitas en tal o cual carrera. Por un momento, pienso que me hubiera hecho ilusión mejorar el tiempo del año pasado, pero ahora eso ya no tiene sentido.
Este kilómetro sale en... ¡24 minutos! Es de subida, sí, pero hombre, 24 minutos...
Por cierto, aclaro que
este tapón no se ha producido únicamente en el grupo 'de cola' (no sé si el mío se podía considerar como tal), porque hablando con corredores de diversos niveles todos me comentan que han tenido que esperar (los sub-3h seguramente no).
La carrera continúa.
Los voluntarios, como siempre, lucen su mejor sonrisa y animan sin parar. Estos no decepcionan nunca. Llego al km 10... 1h33 minutos. Para ponerse a llorar. Bueno, en nuestro grupito aprovechamos que ya no hay 'tráfico intenso' y nos saltamos el avituallamiento de la Creu d'Aragall para coger ritmo.
Ahora la cosa promete, porque a pesar del monumental atasco nos sentimos con fuerzas y vamos recuperando tiempo. Dejamos atrás la Roca Foradada y luego el Forrellac y el Puig d'Agulles (la famosa y temida 'bola'). El paisaje es tremendo: una pena no haber cogido el móvil para hacer algunas fotos. Hago algunos cálculos y creo que aún podré acercarme al tiempo del año pasado a pesar de todo el tiempo perdido. Algo es algo. Se lo comento a Jordi (Álex y
Freddy se ha adelantado, y Joaquín está fuerte).
La bajada pedregosa después de la bola -si os digo 'la
rompetobillos', todos sabréis a cuál me refiero- se hace larga por su peligrosidad, pero es bajada, así que allá vamos. Luego viene el llano -ya sabéis: ese llano que siempre sube- y vamos quemando kilómetros y calorías.
Y entonces llega el km.19: punto fatídico para mí en esta Cinc Cims. Justo cuando estamos a unos pocos metros del avituallamiento de la ermita de
Sant Ponç -sólo hay que hacer una cómoda bajada a la derecha-... tachán! El grupo decide que no, que el camino es hacia arriba. Ni cortos ni perezosos,
tomamos la trialera que sale a la izquierda y venga, manos al cuádriceps que ya queda menos. El amigo Jordi comenta que ha visto un cartel de 'avituallamiento a 500 metros' y que ya deberíamos haber llegado. Yo comento también que ese camino no me suena. Pero ni por asomo imagino que nos hemos equivocado. Cuando llevamos algo más de 500 metros de dolorosa subida, alguien pregunta por las marcas, y todos los que estamos en ese grupo -unos 20 o 30 corredores- nos damos cuenta de que
vamos por el camino equivocado... así que todos para abajo, resoplando unos y maldiciendo otros. Sobre todo cuando llegamos de nuevo a la pista y
nos damos cuenta de que el camino estaba perfectamente indicado. Es lo que tiene correr mirando sólo al de delante... Mala suerte, esto sí que no es culpa de la organización :)
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Llegando a meta: ¡eso no te lo quita nadie! |
Desde Sant Ponç, las últimas subidas ya son lo de menos: duelen, claro, pero menos que el hecho de ver que esta carrera se ha convertido en un auténtico despropósito. Jordi resbala y se va al suelo. Yo me concentro en evitar las rampas que el año pasado me dejaron KO a estas alturas. Como este año me he preparado más, finalmente no llegan, así que puedo coronar el Puigmontmany (km. 25 para nosotros, 24 para el resto de corredores) y empezar la bajada.
Finalmente, Jordi y yo llegamos a meta en 3h54, cansados como es lógico, pero contrariados por cómo ha ido todo.
El año que viene me gustaría volver a la Cinc Cims. Pero, si vuelve a haber más de 500 participantes, un servidor se planta. Correr por la montaña es una de mis pasiones. Hacer cola para correr como si estuviera en Ikea... A mí que no me busquen.
Felicidades a los finishers -y a los que lo intentaron-, a los voluntarios -qué grandes- y ánimo a los organizadores para seguir buscando mejoras. Este año, en mi opinión, lo han hecho mal. Ojalá el que viene recuperen su saber hacer para remontar...