A una semana de la Cursa de Sant Antoni (10 km), y mientras barajo la posibilidad de tomar la salida en la carrera de montaña de Vallgorguina (23 km), esta mañana he decidido hacer una incursión por los caminos de montaña que separan Castellví de Rosanes de Sant Andreu de la Barca y Martorell.
Sin ninguna prisa y con ganas de disfrutar de un circuito exigente, he empezado a correr a un ritmo suave (poco menos de 6 min/km). Enseguida han llegado las primeras cuestas, lo que me ha recordado la necesidad de continuar con ese mismo ritmo. Los caminos de Castellví (entre la antigua mina y las 'torretes' de vigilancia), suben y bajan caprichosamente: es un circuito exigente, pero siempre se compensan con unos metros de falso llano o de bajada tras una subida intensa. ¡Se diría que ha sido un corredor el que ha diseñado el trazado!
La peor subida, la más sufrida, llega a los 3-4 km: es una rampa larga y empinada, y aunque no llega a alcanzar la categoría de 'rompepiernas', siento que estoy castigando mis cuadríceps y que más tarde lo pagaré caro. Afortunadamente, enseguida viene una bajada suave, que me permite relajar los brazos y estirar las piernas. Pero el descanso dura poco: enseguida una nueva subida (esta vez una pista ancha) me exige poner el 'plato pequeño'. Apretando los dientes e inclinando ligeramente el cuerpo hacia delante vuelvo a subir. El paisaje es un premio al esfuerzo: un frondoso bosque en el que no hay nadie más que yo, mientras corro por senderos rodeados de pinos y encinas.
La exigencia de las subidas no se compensa siempre con las bajadas, en las que a duras penas puedo recuperar el aliento, así que mi ritmo se mantiene en unos prudentes 5'50"/km (10-11 km por hora).
El camino me exige saltar, cruzar pequeños lodazales, subir y bajar constantemente. Pero es un esfuerzo amable, recompensando como os decía por el propio entorno, en el que reina un silencio de lo más agradecido. Sólo oigo el ruido de mis pisadas aterrizando sobre la tierra...
Finalmente, he corrido 12 km. En total, 1h 11 minutos. El camino me deja donde había empezado: en la urbanización de Vall Daina. Los últimos 600 metros son una pista ancha y prácticamente llana: una muy buena manera de acabar el entrenamiento. Los 23 km de Vallgorguina siguen pareciendo una pequeña hazaña (aún ando corto de preparación para sus fuertes desniveles). Eso sí: la inyección de endorfinas con que me ha obsequiado esta sesión... ¡no me la quita nadie!
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