domingo, enero 10

10 mitos sobre la Cinc Cims 2016 que no deberías explicar a nadie



Subida al Forrellac, el tercer 'cim'
Mira que ya lo sabes, pero cada carrera te pasa igual: cruzas la meta y ya estás dando la paliza a tu pareja, a tu vecino o a tu compañero de trabajo sobre ese detalle que sólo te interesa a ti (como mucho, y ya es ser optimista, a un colega runner). Si has corrido la Cinc Cims, esa sensación se acentúa porque tienes que contarle a todo el mundo que la bajada del Forrellac es realmente peligrosa, y por supuesto te parece importantísimo compartir que la subida a la Bola era una puta locura, pero el viento soplaba de espalda y, oye, parece que no pero no veas cómo se nota.
Tranquilo, nosotros sí te entendemos. Y para que dejes de darle la paliza a todo el mundo, te ahorro el trabajo: aquí van las diez mitos que no deberías explicar a nadie. En serio, no lo hagas, porque ni tu santa madre te va a entender. Para eso está Kilometro10. Allá van:

1. El subidón de la salida.
¿Cómo hacer que un humano normal entienda esa sensación mágica de la salida? Imposible. Primero, la música, el ambiente, las endorfinas correteando. Segundo, el speaker. Siempre hay uno que la lía, pero lo de este año ha sido memorable. Me quedo con ese dueto surrealista y a capella que se han marcado los dos speakers (subidos a una grúa sobre nuestras cabezas) con el ‘Corren’ de Gossos-Macaco. Y tercero… ay. Ese elemento mítico de toda carrera que se precie: ‘el-amigo-que-llega-fatal-a-la-carrera’.  Todos conocemos uno. Llega fatal, lesionado, adolorido. O ha dormido poco. O se corrió una juerga y dice que va borracho. O (como en mi caso) le pegó una patada a la pared y dice que tiene el dedo pequeño inflamado. Da iguala excusa; el caso es que llega tan mal que va a fracasar y tú le vas a dejar atrás sin piedad. Pero es como ese estudiante que nunca ha estudiado y siempre saca un excelente, así que al dar el disparo de salida sale como una exhalación y ya no lo ves más (así que la humillación es doble). No te rías, tú también lo has hecho alguna vez.

2. El ‘tapón’.
En ediciones anteriores, la Cinc Cims acumuló al menos un par de ‘tapones’ que nos obligaban a parar. Y cuando digo parar, me refiero a PARAR. Con su charla, sus chistes, su selfie y toda la pesca. Este año todos habían oído hablar del famoso tapón, pero no se ha producido, lo cual ha echado al traste mis planes de hacer un ‘Fernando Alonso’ (llevaba las gafas de sol expresamente para eso). En fin, chapeau la organización, que con los ‘cajones’ de salida ha evitado el problema.

3. El ‘cajón de sastre’.
Y hablando de cajones… esto daría para una tesis. La organización decidió dar tres salidas –separadas por 5 minutos– para tres grupos con niveles teóricamente diferentes. Y de forma algo CUPaire, ahora que está de actualidad, nos dijo que nos colocáramos en función de nuestras previsiones de tiempo. Es decir, como nos diera la santa gana. Teóricamente, en el segundo cajón deberían haberse colocado los que tuvieran expectativas realistas de acabar en menos de 3h15. Analizando la clasificación, debería haber sido una minoría selecta. Pero en ese segundo cajón se ha metido hasta la abuela del speaker de la grúa. Ay, ese orgullo de corredor…  

4. ¿Qué me pongo?
La Cinc Cims suele ser una carrera gélida; forma parte del mito: su dureza. Lo habitual es correr con mallas largas, guantes, gorro, buff y lo que se tercie. Este año nos hemos vuelto todos un poco locos, porque las previsiones apuntaban a un clima primaveral, así que nos hemos paseado todos como gallinas en un corral, mirándonos y mirando a nuestros compañeros, preguntándonos: ¿me pongo manga larga? ¿y los manguitos? ¿y si llevo los guantes por si acaso? La verdad es que en el Forrellac más de uno ha echado en falta todo eso.

5. La señora del “pues no les queda nada”
Es como la niña de la curva: todo el mundo ha oído hablar de ella, pero nadie tiene claro dónde vas a encontrarla. Pero ahí está, os lo juro. Asomada a un balcón, o sentada en un banco con los brazos cruzados. O en el pessebre vivent, disfrazada de María Magdalena. Da igual. Ella está ahí para mirarte con sus ojos inyectados en sangre y decirle a su compañera: “pues no les queda nada”. Claro que es mejor que otra figura también mítica: la del espectador-cabrón que, con toda su buena fe (quiero creer) te dice que aceleres, que “ahora ya es todo bajada”. Pero te lo dice justo antes de la última subida del último pico (sabéis a qué subida me refiero, ¿a que sí?).

6. El poli simpático.
Vamos a decirlo alto y claro: esta es una carrera tan atípica que hasta los polis son simpáticos. Lo digo en serio. Lo habréis visto en la carretera tras la Creu d’Aragall. Os juro que había un guardia urbano aplaudiendo. Uno de mis colegas hasta lo ha soltado a lo bruto: “¡Anda! ¡Un urbano aplaudiendo!”. Y el poli en cuestión le ha dado un cachete cariñoso que por un momento me ha hecho olvidar la subida que se avecinaba. Pero eso no es todo: llegando a meta, otro guardia urbano me ha dado la mano (mi velocidad lamentable lo permitía) y me ha dicho: “si llegas a este ritmo a la meta es que eres un máquina”. Casi lloro de la emoción. Lástima que a los 20 metros una rampa ha dejado clara mi condición. 

7. La cuerda de la Creu d’Aragall.
La cuerda de la subida a la Creu no podía faltar en este repaso de ‘míticos’ de la Cinc Cims. Todos sabemos que no hace falta, pero oye, esa cuerda te está diciendo: “eh, tío/a, esta subida es tan jodida que si no es con mi ayuda no podrás”. Y a uno le gusta explicar luego ese detalle a su pareja, a su compañero de trabajo o a su gato, aunque como ya hemos dicho ellos pongan el piloto automático de después de las carreras, porque somos gente muy, muy, muy pesada.

8. El Chupinazo.
Cuando el primer corredor de la Cinc Cims alcanza un pico, se dispara un chupinazo. Bum. Lo oímos todos los corredores, estemos donde estemos. De eso no te libras. Es la manera de enterarnos de que somos unos mierdas, y de que mientras nosotros nos preguntamos si deberíamos saltar ese charquito o echar un traguito al camelback, hay unos fieras que suben como cabras. Este detalle normalmente no nos gusta mucho explicarlo, mira por dónde.

9. El cura y el payaso.
Para seros sincero, no tengo muy claro si esto ha ocurrido o lo ha generado mi estado cataléptico en el último pico. Pero, tras la primera subida rocosa, cuando salíamos a la pista, he visto a un cura acompañado de un payaso. Ambos me han animado, el cura me ha dado su bendición (en serio) y me ha asegurado que con ella iba a correr como un galgo (en esto último se ha equivocado).

10. La maldita rampa de los últimos 200 metros.
Mira que hay kilómetros y kilómetros para que te dé una rampa. Pero no: en la Cinc Cims, ese momento está reservado para el bonito paseo de llegada, justo cuando te ve todo el mundo. El procedimiento se repite sistemáticamente: primero intentas recuperar en la bajada del km.23 todo lo que no has currado en el resto de la carrera. Luego llegas al asfalto, donde te recibe una simpática subida. Es como la manzana de Blancanieves: aparentemente inofensiva. Y entonces llega ella: la rampa. Afortunadamente, puedes estirar justo antes de la curva de llegada y disimular en la recta final, haciendo ver que caminas para saludar a la familia. Si te ha ocurrido, guarda el secreto, por favor.

PD: señores organizadores, felicidades por la carrera. Pero, por favor, cambien la medalla de los finishers que queda muy feo aprovechar la del año pasado ;)

1 comentario:

Abuelo Runner dijo...

Estaba en la llegada y no me saludaste,como eres... al abuelo hay que mimarlo y darle un abrazo, por cierto sigues genial con el blog.